Ser una víctima es el papel más fácil del mundo.
Y es que, ¿quién no ha querido desaparecer? El papel de la víctima es desde hace mucho el más sencillo, sólo estás ahí, esperando, paciente; a que otra persona con tan mal corazón como las 23,355,000 anteriores, te descalabre nuevamente. Pero, ¿qué pasa cuando decides cambiar el rumbo?
Desde que nacemos, caemos en un mundo en donde nos hacen creer, (mal hecho) que unos son más fuertes que otros, que alguien tarde o temprano te va a lastimar, que nadie sale vivo. Eso es una rotunda verdad. La utopía de Huxley, el país del nunca jamás de Peter Pan, son algunos de los ejemplos que puedo darles de la necesidad de escape de algunas personas, que como resultado tienen un mundo meramente imaginario, un mundo ideal, irreal.
Y con el riesgo de que nadie me crea, vanamente les digo que lo que necesitamos es hacer conciencia de que lo que nos falla es la carencia de valores, y la carencia de valentía. Qué sencillo es sentarse a llorar nuestras penas, maldiciendo a quien nos las ha hecho pasar, y no hablo de cosas sencillas, hablo desde un corazón roto por amor, hasta una niña abusada por un hijo de nadie. Cuando pasas por tantas cosas difíciles en la vida, es el momento de tomar las riendas de la misma, de atar los cabos sueltos y por supuesto, de dejar de sufrir. No soy yo quien espera que obedezcan, ni siquiera que estén leyendo lo que sin ninguna intención está escrito, simplemente es una reflexión que me ha llevado directo a la felicidad, y sólo se los quería compartir.
Nadie está ni estará exento de convivir con malas personas, nadie por supuesto está exento de ser distinto, y por ignorancia rechazado, quizá a alguien le hagan más daño que a cualquier otro, pero debemos entender que nadie valora lo bueno si no ha conocido lo malo. Todas las personas están hechas de valores, de vivencias, de experiencias y de educación en el seno familiar, algunas son mejores, otras no deberían de estar. Pero están para hacernos ver lo que es malo. Es esta convivencia del día a día lo que nos hace crecer como individuos, y nos permite relacionarnos como sociedad, lo que nos somete al estudio minucioso de una cultura que a estas alturas quizá esté carente de muchas cosas, pero que también nos hace ver que habemos personas con ganas, y esas ganas, siempre; son contagiosas.
El hecho de sentarte a contarles a las personas que te rodean lo mal que te va, es sólo el reflejo del miedo que tienes a enfrentar las situaciones vividas. Quisieras que todo el mundo se compadeciera de ti, pero con el tiempo entiendes que eso no te da fuerza. Que ni compartiendo tu historia con la persona que más quieres, ésta puede entender el significado de tu dolor, que a veces agradecerás más cuando te dejan superarlo, porque entiendes que sólo canalizando esa energía podrás ayudar a las personas que quizá hayan pasado por tu mismo mal. No tengas pues motivos para sufrir, que el dolor no te cause más que fuerzas para seguir, que tu miedo no sea más que un motor para ayudar, que el perdón lo otorgue Dios, mientras tú caminas sobre las huellas que Él trazó.
La felicidad está frente a cada uno de nosotros. Si haces el esfuerzo de estirar tu brazo, podrás sentirla.
Espero que en el cielo haya internet.